Un conocido dicho con acierto afirma “Nobleza obliga”, pero a mí me mueve más que el deseo de cumplir con el proverbio popular, el sentimiento de rescatar la figura de mi padre cumpliendo así la sentencia “Será justicia”.
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Nació en el 1909. Allá cuando la vida era mansa, mansedumbre que copiaron sus ojos. Allá cuando el tiempo era apacible, paz que impregnó su espíritu. Allá cuando el futuro era valeroso, valor que cinceló su acción. Y así fue que con valor, paz y mansedumbre se edificó un nombre en el escaso reducto de su pueblo. Sus contemporáneos devolvieron su esfuerzo con respeto y reconocimiento por sus más de cincuenta años de trabajo generoso y genuino volcado a su comunidad.
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Porteño de nacimiento siempre guardó algo de esa estirpe en su forma de vestir y en sus habituales charlas de café, su presencia era infaltable en esas reuniones varoniles, como infaltable era su anhelo por su trabajo social.
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Sus escasos estudios primarios no fueron barrera para su progreso intelectual, enriqueció su saber con su espíritu inquieto y su labor con su titulo seglar obtenido a los 40 años.
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Sabio por naturaleza no malgastó energías en inútil propagandismo. Silencioso, con las palabras justas forjó la ayuda a los más necesitados desde su trabajo, desde una sociedad de ayuda mutua, desde su banca de Concejal o desde su esforzado lugar del Centro de Jubilados. En el ocaso de su vida le dedicó todo cuánto pudo haciendo de esto la principal razón de su existir.
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Con vocación generosa no escatimó horas a su trabajo, anónimo por elección, fulguró en dádivas calladas, no fue vencido por dolencias físicas, cuando su oído dejó de funcionar escuchaba con el corazón y cuando su mano se volvió temblorosa la dominaba con la fuerza de su espíritu que nunca se venció.
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Solo la justicia lo llevó a confrontar. Rápido en el perdón. Desmemorioso en las ofensas o agravios no generó enemigos. Sembró solidaridad y amigos. Se llamó Armando Insua.
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ALBA CLARA.