.Mil novecientos dieciocho. La familia de Elena habitaba una empobrecida región del sur de Italia, Calabria, allí donde el paisaje campestre parecía confundirse con el genio encarnizado de sus habitantes. Ella formaba parte de un hogar firmemente establecido, resultado del incansable denuedo del cabeza de familia, su padre. Elena acumulaba un dolor desmedido… dolor desatado por la muerte de más de un millón de jóvenes caídos en combate durante la gran guerra, entre los que se halló su queridísimo hermano mayor… amontonaba el suplicio sembrado por el arañazo del hambre y la desnudez. Era la más pequeña de los cuatro hijos concebidos por don Pablo y doña Carmen. A pesar del color de tez típico de sus paisanos, fue la única que fusionó sus rizos carmesí con el tinte moreno de su piel....
A pesar de sus inexpertos pero azotados dieciséis años, supo hacerle frente a la intensa pesadumbre de su padre, el destemplado don Pablo.
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.Dormir en su cama le devolvió incontables noches de desvelo. Los muebles de la sala, construidos por las diligentes manos de sus dos hijos mayores y las mías, lo agobiaban como si estuvieran adosados a su espalda que ya comenzaba a doblarse. El encanto del perfecto jardín que sobresalía a través de su gran variedad de flores y arbustos le recordaban desafiantes, las tardes primaverales en las que solía pasear robando la mano tersa de su esposa. Siempre en silencio, tan inexpresivo y peculiar en los hombres de esa sociedad en la que se desenvolvía.
.La regalía de ser la luz de los ojos de su padre no impidió que Elena se sintiera sola, y haciéndose eco de mi situación semejante a la suya en numerosos aspectos, reparó en mi presencia por primera vez. Así nos convertimos en amigos entrañables. Unidos por un lazo de honestidad que nos mantuvo fuertes y enteros ante cualquier calamidad.
.Desde el establo solíamos observar los movimientos de la casa supervisados por la mirada siempre enigmática de mi madre, quien encrespaba con sus dedos mis rebeldes rulos rojos, a menudo culpables de que me confundieran con una niña, a mí, que con mis agitados catorce años destilaba rebeldía por cada poro de mi piel.
.Elena me lo confiaba todo…sus noches de vigilia vacíos de los cuentos de su madre, los paseos que juntas perpetraban para descubrir los lugares más pintorescos de su pueblo, los silenciosos pero agradables momentos en los que toda la familia compartía la cena y hasta el maduro romance que había iniciado con un muchachito de la comarca lindante que la superaba en dos años.
.Es sumamente apreciable que nuestras mentes jamás hayan truncado esa leal amistad con deseos deshonestos. Hasta el día de hoy ese vínculo continúa siendo una quimera, un compromiso imposible de explicar.
.En el marco de estas circunstancias, don Pablo decidió mudarse a
.Bajo el apoyo incondicional de Mercedes, la nueva compañera de don Pablo, pudo lograrse que las dos familias conformaran una sola. Los esposos y los cinco hijos, incluida Elena, construyeron una gran fortaleza en la que yo quedé indiscutiblemente excluido.
.Se desmoronaron las conversaciones mañaneras. El retozar juntos al son de nuestras dos cabezas pelirrojas y ensortijadas que se confundían por el viento, quedó en el arcón de los recuerdos.
.Como era de suponer, con el pasar de los años encontré una sensitiva mujer con la que me casé prontamente, Alejandra. Resultó imposible resistirme a su personalidad avasallante. Además, ante la súbita muerte de mi madre, yo necesitaba con intensidad una mujer de ese temple con quien compartir mi vida.
.Estas remembranzas acudían a mi mente de manera vertiginosa, mientras viajaba rumbo hacia la suntuosa casa del padre de Elena. Decidí ir solo porque esta cita parecía presagiar cierta suerte de solemnidad.
.Al estacionar el auto en la puerta de entrada, desde una de las ventanas se escucharon al unísono un conjunto de voces mezcladas. Entre ellas la de Elena, mi fiel y olvidada amiga.
.Demoré demasiado tiempo para oprimir el timbre. Se apoderó de mí un profundo deseo de querer huir de allí. Algo me decía que un suceso extraño estaba por acaecer. Pero al fin lo presioné con firmeza.
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La mismísima Elena me abrió la puerta, liberó un temeroso beso en mi mejilla y miró a todos los presentes con los ojos desorbitados por el asombro. Asombro que se dibujó en cada uno de los rostros excepto en el de don Pablo. Hasta en el mío, que parecía deformarse ante tantas perplejidades bombardeadas desde mi imaginación.
.Sin demora alguna, como para quebrar el témpano que nos había entumecido el habla, la voz del dueño de casa sonó firme y sonora. La noticia de que deseaba hacer su testamento nos impresionó en demasía ya que no era lo esperado; pero…¿ cuál era la razón de mi presencia dentro de ese proyecto?
.De pronto se le escuchó decir - Tengo dos casas en la costa argentina y cuatro aquí, en Entre Ríos. Acumulé una fortuna nada despreciable y manejo una importante empresa química que dejaré a cargo de mis seis hijos-
.-Ya no tengo vergüenza (sus ojos se demoraron en los míos) de expresarles que el eficiente Ernesto, reflejo cabal de Elena, es el hijo que gesté con la mujer que más amé en mi vida -
.Se congelaron todas las miradas y nuestros oídos se soltaron agitados entre las redondeces del número seis. Éstas fueron las declaraciones de don Pablo.
.Cuando agregó que el haber quedado viudo por segunda vez lo impulsó a expresar las noticias que estaba anunciando ya estábamos sordos. Éramos únicamente ojos. Cuatro pares enfocados hacia mí y hacia Elena, se demoraron con actitud investigadora sobre mi cabeza roja y la llameante cabellera de ella, sobre sus ojos grises y sobre los míos aún más grises, sobre nuestras pecas ya deslustradas por las pisadas del tiempo.
.Ahora la voz del que ya puedo llamar mi padre retumbaba lejana. Sin embargo temblé cuando reparé en su mano grotesca apretando mi hombro y sus lágrimas mojando mi camisa. .
Mis hermanos demostraron alegría palmeando mi espalda uno por uno. Mientras se iban retirando con increíble naturalidad, cada cual recibía la documentación que acreditaba nuestra herencia. Sólo yo quedé con los brazos caídos, pegados al cuerpo, como si tuviera los pies hundidos en el piso, como si los demás estuvieran haciendo algo equivocado.
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Ella me extendió un sobre marrón y me condujo de la mano hasta el sillón del living. Por vez primera nuestras miradas descifraron nuestro asombroso enigma…el de un sentimiento puro y excelso que nos unió siempre y que jamás transgredió la barrera de la castidad, como si un seto protector nos preservara de la sorpresa que nos daría el futuro.
.Riéndonos como si aún fuéramos niños, atrapamos la felicidad en nuestros corazones y comenzamos a transitar por las calles con las manos apretando los recuerdos. .. Casa, negocio y nuevos hermanos.
.Conversando de lo ocurrido, nuestras cabezas se perdieron a medida que nos alejábamos. Hermanos desde siempre, agradecimos llorando el invisible auxilio que llegó justo a tiempo.
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