Cuento breve
de Alba Clara
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Desde el dolor de una cuna vacía, Angelita sintió como una bofetada, el embarazo de su hermana menor.
Desconcertada y tristemente consciente, entendió que ese privilegio no era para que ella lo estrenara.
Ya no podría inaugurarles a sus padres, ser abuelos.
Josefina, su hermana menor, acababa de darle la noticia: estaba embarazada y ni siquiera podía decir con seguridad, quien era el padre de la criatura.
Angelita y José, su marido, llevaban años esperando el milagro de un hijo, y esta jovencita, recién salida al mundo ya lo estaba anunciando.
Su primera reacción fue de furia, celos, envidia, pero al comprender cuán vulnerable, indefensa y débil era su hermana acalló su dolor y llena de ternura ante el llanto desesperado de Josefina, solo atinó a abrazarla y consolarla.
Se ocupó luego de darles la noticia a sus padres, de anunciarles que su “hijita” como ellos la llamaban, había cometido el horrible pecado de embarazarse siendo una niña y además soltera.
La sorpresa, el dolor, la indignación del primer momento, fue dando lugar a una pena silenciosa y compasiva.
Josefina, recluida en el hogar, soportó calladamente el encierro, a causa del crecimiento evidente de su embarazo.
A medida que pasaban los meses, un sentimiento de feliz expectativa fue invadiendo sus vidas, todo lo feo, triste y oscuro que había surgido al comienzo, daba lugar a la ansiedad y alegría que producía la pronta llegada de esa nueva vida.
Finalmente ocurrió, ese bello niñito les colmó las manos y los corazones de amor y ternura.
Angelita y José olvidaron sus penas, ya no sentían la carencia del hijo, sus brazos ya no estaban vacíos, se hicieron cuna para el pequeño Miguel.
Josefina le demostraba poco interés y pronto recomenzó su vida anterior, pero jamás dejó de enarbolar sus derechos como madre, sin embargo era Angelita quien ocupaba el lugar que su hermana dejaba vacío.
Mientras Josefina proclamaba ser “la madre” Angelita se ocupaba de serlo, cubriendo todas las necesidades del niño, esto, a su entender le daba “derechos” que no estaba dispuesta a postergar.
Josefina gritaba que lo había parido.
Angelita que lo estaba criando.
Josefina, sus dolores de parto.
Angelita, desvelos y cuidados.
Ambas tironeaban de ese niño con fuerza y hasta con furia, partiendo en dos la vida y el corazón de Miguel, ninguna estaba dispuesta a ceder, peleaban con encono y hasta con odio, y el odio les tapó el amor.
Todo esto empujó a Miguel fuera del hogar, lleno de rebeldía e impetuoso se bebía la vida, sus pasos no fueron los mejores, comenzó a transitar un camino de orillas peligrosas.
Sin medios para satisfacer sus necesidades, cometió delitos y consumió drogas.
Ambas hermanas se culpaban sin entender que las dos eran responsables.
Ninguna cedía. Era la contienda por la contienda misma.
Finalmente Miguel fue incorporado al Servicio Militar, .llevó al cuartel toda su rebeldía, hasta que un día decide marcharse, escapando una noche de Campo de Mayo, convirtiéndose en un desertor.
Angelita escucha la noticia por radio, se informaba que un conscripto había desertado y estaba siendo buscado.
Loca de desesperación sale a la calle, conociendo los lugares que frecuentaba, lo encuentra en un barrio de emergencia de Villa Ballester, en casa de un amigo, le suplica de mil maneras que regrese, le explica que ella lo iba a proteger, que iba a justificar su ausencia con la grave enfermedad de su abuelo, que su vida corría peligro, que se estaba matando a los jóvenes…
Sin convencerlo, agotada, sin palabras y sin lágrimas, se marcha doblada por la angustia, con el presentimiento de la tragedia.
Continúa su vida siempre alerta, en permanente vigilia, esperando el golpe mortal, incapaz de pensar, ni accionar.
Una mañana la radio anuncia que la policía había matado a dos jóvenes delincuentes, que huían en un automóvil por General Paz, uno era un conscripto desertor a quién andaban buscando, hacia varios meses.
Supo que era Miguel. Con horror comprendió la realidad, una puñalada fría le atravesó el corazón.
. Josefina le gritó su culpa, ella la acusó de su muerte.
No se unieron en el dolor, se distanciaron más, llenas de resentimientos y rencores, ya sin fuerzas, sin voces, se alejaron para siempre una de la otra.
La muerte cuál espada salomónica, había zanjado la vieja disputa, dejándolas con las manos vacías y a Miguel partido en dos en medio de la Avenida.