Nos encontramos celebrando el Bicentenario de
Festividad que mostró la comunión del pueblo manifestando masivamente, con un protagonismo sorprendente y espontáneo.
El país se mostraba como la tierra de promisión, el "granero del mundo"; ávido de recibir una masiva inmigración, según imaginara la generación del '80.
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El Poder Ejecutivo presentaba al mundo una imagen de paz, bonanza y prosperidad. Mientras tanto latían en el subsuelo de la Patria, conflictos políticos, sociales, laborales y una creciente tensión originada en las profundas desigualdades.
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El aluvión inmigratorio y su encuentro con los residentes, comenzaban a crear el fenómeno musical y cultural más importante del Río de
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A su vez, el lenguaje del pueblo había originado otro fenómeno : un habla nueva y hasta casi indescifrable para las clases cultas : una jerigonza, a la que dióse en llamar : "Lunfardo".
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Mezcla del castellano de los conquistadores con la del bajo pueblo, el habla del gaucho, las palabras dialectales de los inmigrantes italianos - cerca del 25 % de los habitantes de la ciudad - y de las otras colectividades, que agregaban nuevas voces y en ocasiones, deformadas.
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Recuérdese que según el primer censo nacional poblacional de 1869; el analfabetismo era del 71 %.
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El 06/07/1878, el diario "
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"Estando en el bolín polizando, (durmiendo)
se apareció el mayorengo, (oficial de policía)
a portarlo en cana vengo, (llevarlo preso)
su mina lo ha delatado". (su mujer lo delató).
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Se acercarían luego al lunfardo notables escritores; quienes junto a otros poetas nos dejarían excelentes y - otras no tanto - perdurables muestras de la cultura popular.
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Llegaba a estas tierras un instrumento de origen alemán : el bandoneón y su inmediata incorporación al tango, modificaría su ritmo y lo transformaría.
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La letrística comenzaba a narrar las desventuras del recién llegado; el desarraigo, las penas, la soledad, la carencia del amor sincero que el nuevo hombre pretendía paliar con el sexo en su estado puro en los prostíbulos y llevarían al recurrente tema de la traición y el abandono.
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Los sainetes - un nuevo género popular - contribuirían a difundir tanto la nueva música como el lunfardo.
Su danza, erótica, sensual, de parejas abrazadas - llamaría la atención por ello - triunfaría en París para esos años del Centenario y pronto en el mundo.
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Los diarios de la época la criticarían por obscena y procaz; los jóvenes la conocerían en los arrabales y los cafetines de
"Esta noche, pues, el viejo tango que con vergonzoso estigma llegó a la vida nacional, resurge como el viejo Fausto de Gounod, a la aristocrática escena para hacer su entrada triunfal de niño bien, acicalado con la estirada indumentaria del impecable frac y gentiles manos enguantadas".
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Nuestro tango había triunfado en París, e inmediatamente lo haría en el resto de Europa; a consecuencia de ello, la alta sociedad porteña comenzó a rendirle culto a esa danza, a la que había considerado procaz, indecente y pecaminosa.
El Barón Antonio de Marchi - yerno del Gral. Julio A. Roca - organizaría sendos bailes en 1912 y 1913 y debido a ello quedaría legitimada.
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Bueno es recordar que más tarde - por disposición del poder de turno - prohibiríase el uso de palabras lunfardas y algunos títulos de tango debieron modificarse para su difusión.
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En el año del Bicentenario; junto a la aceptación y reconocimiento de la existencia de la cultura popular, tan negada y ocultada;
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