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jueves, 2 de septiembre de 2010

Un cuento corto

SURAY
por Beatriz Donato
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Veo tus ojos clavados en el afiche. Y tú, ves mi nombre en el centro, grabado como un sello estridente El nombre de una perra perdida por decisión propia. Desde hace cuatro meses “de los míos”, estoy vagando por las calles de muchos barrios. Cuadras que no conozco en absoluto, algunas sombrías y otras multicolores.
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Estoy casi segura de que alguna vez, presumiendo sabiduría, te dijeron que los perros vemos solo en blanco y negro. Nada más lejos de la verdad. Diferencio bien el azul de un día dorado por el sol, del color gris de una tarde en la que la lluvia amenaza con quebrarse peligrosamente contra el piso. También el rojo, ya que Bruno me lo mostró mientras preparaba el aperitivo de los sábados y el verde, extendido como tela de billar, de la cancha donde solía llevarme para verlo jugar a la pelota. Fueron épocas divertidas y retozadas de alegría!
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Sé que continúan buscándome porque si bien no son mis verdaderos amos, mi humorística presencia los entretenía. Estarán agotando todos los recursos que para estos casos se requieren y estoy seguro que aún preguntan por mí a todo aquél que se acerca…pero por desgracia para ellos, están perdiendo el tiempo. Desde ese día en que la familia lloraba y rezaba con ardor, decidí desaparecer. Me cuesta entender la causa que los hizo quedar de brazos cruzados, impotentes… porque a veces la impotencia hace inservibles a los seres humanos, palabras que alguna vez dijo el padre de Bruno…yo no acostumbro a razonar.
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En principio me escondí debajo de la cama de mi amo. De inmediato, mi intuición me hizo recordar que el único que no estuvo presente durante ese día pavoroso y saturado de lamentos, había sido mi amo. Pero lo extraño fue que no vino más a dormir a casa.
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Desde mi escondite y a través de los flecos brillantes del cubrecama, advertí que en la alfombra había decenas de bolsitas vacías. Su madre ya no entraba para acondicionar su dormitorio y cuando me arrastré con disimulo hasta el comedor, descubrí que en la mesa faltaba un plato. – Bruno se había marchado- escuché decir vagamente desde un rincón oscuro de la casa. La pura verdad es que no entendía ni creía nada de lo que estaba sucediendo. Sin él en el escenario, mi vida se había convertido en una tortura. Por eso me escapé… para emprender una carrera de acción y de lucha y así poder recuperarlo.
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No pienso como todos ellos, que ya no tenía cura, que estaba dado vuelta, que al final el tratamiento de la desintoxicación no había dado resultado. Yo no pierdo el aliento y mucho menos me resigno a llevar la pesada carga de dolor que me está produciendo su misterioso abandono.
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Detesto las palabras “muerte, cielo e inexistencia” y debido a que me harté de escucharlas, salí una tarde cautelosamente no quería ser descubierto. Después de caminar durante varias horas llegué hasta la puerta de la disco, donde todas las madrugadas continúo esperándolo. Algo me decía que Bruno simplemente estaba durmiendo. No sé dónde… fuera de casa, tal vez allí adentro…o muy lejos… pero durmiendo.
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A esta altura ya muero de ganas por lamer su cara y zambullirme en esos abrazos que me dejaban sin respiración. Extraño los caramelos que me guardaba dentro de las cuatro o cinco latas vacías de cerveza que siempre llevaba escondidas en su mochila. (¡ si yo tuviera el don del habla! ). Imagino morder sus zapatillas nuevas y sacudirlas con fuerza hasta destrozarlas. Tal vez si hubiera pensado en esto antes, aquella noche no habría salido de casa presionado por sus amigotes.
Los minutos pasan. El muchacho tarda en despertar…
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Camino lentamente con aires de investigadora. Me siento cansada. Pero aún así continúo buscando olores, formas o vestigios que me alerten de que en algún rincón pueda estar esperándome… dormido en un banco de la estación de trenes o en la vereda de un bailable de mala muerte.
Profundamente dormido.
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Todos los días amanezco para proseguir con esta misma rutina. La gente que pasa a mi lado me observa con desconfianza, asombrada…
Seguramente estoy sucia y mi pelaje ostenta desprolijidad. Nunca fui de morder, pero llevo tan a flor de piel la indiferencia que la vida muestra ante mi sufrimiento, que mi pretensión es que nadie se me acerque. Después de todo, mis instintos muestran con claridad que soy un animal. Por otra parte estoy hambrienta y la sed nubla mi mirada y agota mis energías.
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A cada paso que avanzo espero hallar a Bruno. Siempre con su amigable sonrisa, me parece verlo en la escuela, escucharlo en su moto y oler esa hierba que impregnaba su ropa de modo embriagante. Pero igualmente mantengo la firme convicción de que está durmiendo.
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Tal vez sean solo ilusiones. No obstante persisto en mi objetivo. No voy a rendirme y volver con las manos vacías por la simple razón de permanecer bajo techo o conseguir una buena porción de comida. Seguiré buscándolo en honor a la esperanza que hasta ahora me sostuvo y a la fidelidad que me identifica, aunque mi refugio sea al aire libre bajo ese manto de color azul… y con eso tengo bastante.
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Aún te veo frente al afiche tratando de encontrar una coincidencia entre esa foto y mi pobre cara abatida. Estoy convencida de que no te quedan dudas… me descubriste. Lástima que tendrás que renunciar a la jugosa recompensa. Yo te suplico que corras hasta casa para decirles sin titubear que yo también me fui a dormir; que cuando Bruno se recobre, en medio de una enorme multitud, despertaré junto a él. Y seré yo, Suray, quien lo traiga de regreso, jugando carreras a ver quién llega primero, colgándome de sus pantalones o dejando que muerda mis insoportables orejas, de la misma manera en que lo hacíamos hace mucho, mucho tiempo, cuando vivir era estar despiertos.
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