autoría: Juan Aurelio Lucero
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Amanece. Corre el agua muy cerca de mis pies.
Mientras el cielo lentamente va cambiando su color, me siento sobre la verde gramínea. Mi cuerpo vibra, las rodillas sienten el esfuerzo al doblarse para dejarme finalmente depositado sobre aquel asiento mullido y verde.
Se pierde la vista en la orilla de enfrente sin registrar ningún detalle en especial. Todos mis sentidos son puestos a prueba.
Mi nariz aspira profundamente sintiendo el aroma de la humedad del aire en aquel amanecer, siente los distintos aromas que brinda la naturaleza casi salvaje que se abre a una nueva vida, a un nuevo día, aquel paisaje que en cada amanecer nace y vuelve a renacer.
Los oídos oyen y escuchan cada melodía que brinda en rítmica sinfonía cada habitante, sea del agua, la tierra o el cielo.
Mis manos se apoyan sobre el suelo aun húmedo de la mañana y en un movimiento lento llevo los dedos a los labios, siento el sabor del rocío nocturno.
Cierro los ojos reteniendo en su interior el paisaje idílico de esas primeras luces, donde veo a pesar del tiempo, las mismas imágenes que viera en mi juventud.
Todo es tan real, cada detalle, cada rayo de luz, cada movimiento, cada sonido; vuelvo al pasado, recordando días que rememoro como más felices, son los días del primer pantalón largo, la secundaria, el primer baile, mi primera novia, los amigos y la familia todavía intacta.
Vuelvo a revivir aquellos primeros palotes que me dibujo la vida. Alguno pensara que al irse se deja en el terruño el alma, y que se vuelve con el corazón vacío. Aquí sentado me doy cuenta que cruel y equivocado es ese pensamiento, quien a nacido y se ha criado aquí, cuando parte no deja sola al alma, junto a ella deja su corazón. Por esa razón estoy aquí, adonde vuelvo una y otra vez. Será, ¿porque nunca me fui?
Mi mente es un bullicio desatado, se oyen voces, veo rostros, imágenes del verano y el invierno junto al agua y escucho hasta el susurro del viento pasando entre las ramas. Todo es caos, nada tiene fecha, son solo recuerdos que en un mágico sinfín se me muestran y yo me esfuerzo por disfrutarlos, son viajeros que vuelven a mí luego de un largo viaje, es mi vida que viene desde el pasado.
No se asusten aun estoy aquí, solo me tome un respiro, un pequeño instante de silencio, como para ordenar los múltiples pensamientos y recuerdos, que como un carnaval incontrolable se agolpaban dentro de mi.
Es tan grande este instante, que es difícil no conmoverse, todas las frases que hicieron los grandes escritores, pensadores y filósofos del mundo, de todas las épocas, jamás podrían describir en su plenitud este momento.
Vuelvo a mi infancia, a aquel guardapolvo blanco, los zapatos nuevos de cada año, y a aquel día de marzo, cuando comenzaban las clases, mis compañeros, mis amigos. Tiempo después viendo televisión, escucharía aquella frase que nos definiría con exactitud, “blancas palomitas”, pero a aquellas blancas palomas aun nos faltaba muchos años para alzar el vuelo y buscar cada uno su destino, algunos para bien, otros para mal, pero ninguno intrascendente, pues cada uno de aquellos chicos ya eran parte de una comunidad y como tal incidían en ella, y de que manera.
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Unos días antes de comenzar las clases el pueblo todo se transformaba, cambiaban las prioridades y las preocupaciones, comenzaba la rutina anual de mama. Comprar los zapatos, los pies habían cometido el pecado de crecer y lógicamente el número era distinto y por supuesto más caro que los del año pasado, que pasaban con suerte al rincón de los recuerdos; cuando no destruidos por la de cuero, directamente al tacho de la basura; los pies dejaban de estar de vacaciones, ya bastante disfrutaron durante los meses de verano de andar descalzos o en alpargatas y un lujo las zapatillas, que nos ponía mama, para lucirlas las tardecitas de verano, aunque tampoco se salvaban de la destrucción pateando la pelota en la calle o en la vereda, había cómplices de sobra, los vecinos y cualquiera que pasara, todos se prendían al picadito, que por supuesto siempre terminaba con el enojo de las madres del vecindario y a mas de uno le crecían las orejas por desobediente.
Cortarse el pelo era obligatorio, la maestra necesitaba las orejas libres para revisarlas y las uñas bien cortadas, ¡ojo con venir con un reto en el cuaderno!, pulcritud y limpieza, rasgos fundamentales de la convivencia estudiantil.
Las medias nuevas tres cuartos, pantalón corto y camisa nueva, por supuesto protegiendo el físico, el clásico guardapolvo blanco… Hoy mirando esas viejas fotos me doy cuenta que mis guardapolvos no eran todos los años iguales, parecidos, casi idénticos, pero con pequeñas variantes que lo hacia único para cada año.
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Aquel primer día de escuela era todo un acontecimiento, levantarse temprano, era en si mismo un sacrificio, el cuerpo y los oídos se habían acostumbrado a no tener despertador, aunque el despertador en mi caso era mi madre, autoritaria y segura de que el levantarse no era negociable.
Desayuno y a la escuela, encontrarse en la calle con los compañeros de todas las edades que tomábamos el mismo rumbo hacia un mismo destino, encontrarnos otra vez con la maestra, a veces la misma del año anterior, otra veces una que habíamos visto durante el año pasado y de quien teníamos las peores referencias, esas que poco a poco se irán diluyendo con el correr de los días, o una nueva, jovencita, mas cercana a nuestra edad, tímida y temerosa, con su guardapolvo nuevo impecable, porque para ella, como para nosotros, era una nueva experiencia.
Junto con nuestros cambios, también cambiaba el clima, se hacia más frió, se hacia sentir el otoño en este pueblo rodeado de campo, lugar de encantos, de sonrisa fácil y de saludo presto sin importar si se conocen o no, el respeto primero, después, lo demás. El río se alejaba de nuestras vidas hasta la primavera.
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Perdón, me olvidaba… había un paréntesis en el año escolar y no era de huelgas o de protestas, esas palabras no existían en el diccionario de las maestras; después de las fiestas del 9 de julio, empezaban las vacaciones de invierno, todo era tan simple y tan natural, tan previsible, no había sorpresas, apenas saludos de bienvenida, apenas saludos de despedida, aunque estos últimos siempre iban acompañados por llanto en las niñas, claro que nosotros que estábamos estudiando para hombres no llorábamos, aunque llegábamos ese día a casa con los ojos rojos de tristeza, igual que los tengo ahora al recordar aquellos días de mi infancia.
Y estoy aquí, cuando muchos de los afectos de mi vida se han ido, y solo puedo recordarlos. Sentado en la misma tierra que me vio nacer, aprender a caminar, a hablar, a leer, a escribir, a trabajar y a amar. Esta, mi tierra fue testigo de mi primera experiencia laboral, también de mi primera experiencia amorosa.
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Hoy al mirar atrás veo el largo camino que e recorrido, hice buenas y malas, triunfe y fracase mil veces y lo seguiré haciendo, de lo que no puedo quejarme es de lo bien que me prepararon en mi infancia y en la juventud, cuando aprender era alegría, no sacrificio; cuando íbamos a la iglesia era para asistir a misa o jugar a la pelota atrás de la parroquia, no a pedir un trozo de pan.
Aspiro otra vez el aire de la mañana, lentamente se empieza a entibiar con el sol que amanece, no abro los ojos, tengo miedo que los pensamientos desaparezcan, se esfumen, huyan despavoridos de este loco que los despertó, y no poder recuperarlos, quizás hasta tenga miedo que esta experiencia termine.
Recuerdo cuando nos sentábamos aquí mismo a mirar el río y a las chicas, luego de un buen chapuzón en pleno calor estival, experiencia de esas inolvidables.
Se nos fue la vida con una velocidad pasmosa, el colegio primario paso como un suspiro, casi sin dejarnos mirar lo que pasaba a nuestro alrededor, siempre con la vista puesta en que pasaba mas halla de esa etapa, ver los muchachos en la esquina del Bar Tokio, era algo a lo cual debíamos llegar lo mas rápido posible, eran nuestros héroes, tenían una libertad inalcanzable para nosotros, era la etapa de dejar los pantalones cortos, para convertirse en un adolescente, cosa que facilitaría que las chicas murieran por nosotros, graso error, al crecer serian las culpables de nuestras endiabladas y no muy claras sensaciones encontradas de afecto y odio, cuantas veces esa niña deseada nos hizo sufrir un rechazo, hasta que nos dimos cuenta que eran los chicos de mas edad los pretendidos por las adolescentes compañeras nuestras, el tiempo curaría esas heridas y nos daría otras alegrías que compensarían con crecer el dolor de crecer.
Los primeros bailes en el Prado Español, cita obligada de fin de semana, ya abierta la noche, los mismos que habíamos estado todo el fin de semana en las canchas de fútbol frente al río, nos encontrábamos en la puerta, siempre después de las nueve, un poco más tarde se empezaba a entrar.
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Aquella primera compañera de baile, superaba con creces los apenas 16 años que yo tenia, que lindo tomar su talle, llevar su figura a pasear por la pista, buscando en cada vuelta alguna mirada de alguien conocido, para hacerse notar y que sirviera después de testigo frente a los amigos de la hazaña cumplida, era necesario remarcar que se había estado en la pista bailando.
La emoción de las miradas que se cruzan en una señal casi imperceptible, un si con apenas una caída de los ojos o un suave movimiento de la cabeza, que hace estallar el corazón o un no que nos hacia agachar la cabeza con vergüenza ante el fracaso, y ni hablar cuando nos equivocábamos pensando que la seña era para uno y luego de dos pasos nos dábamos cuenta que era para el muchacho de al lado, retroceder sintiendo la mirada de todos, cuando en realidad nadie te miraba, cada uno estaba ocupado en lo suyo, eran las experiencias de aquellas primeras salidas a la aventura, y por sobre todas las cosas, la experiencia de saber que se iba creciendo con armonía, sin golpes, ni agresiones, claro que aquella muchacha dejaba de ser compañera de baile cuando el novio tenia franco en la colimba y se acabo cuando le dieron de baja, apenas unos momentos de felicidad, pero que me marcaron para siempre, bien, con un recuerdo agradable y que aun hoy disfruto, inocente juego de adolescente que nos va preparando para la vida real esa que llegara mas tarde, con amores y sinsabores, con alegrías y golpes.
Se aprende siendo niño el saber de la vida, es la base de todos nosotros, es la materia prima de lo que estamos hechos, será la guía para todas las acciones que emprenderemos hasta el final de nuestros días.
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Acaricio suavemente el suelo, es un viejo amigo, cuantas veces suavizó mis caídas, cómo no estar agradecido por todos esos primeros años de mi vida… Hoy en el descansan mis padres, quizás mañana pueda descansar yo.