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lunes, 31 de mayo de 2010

ÚLTIMO DÍA DE CLASE

Cuento breve
Edgardo José Rocca

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Esa mañana Eduardo se levantó inmediatamente al llamado de su padre. Se lavó los dientes sin protestar luego del desayuno que tomó en su tazón hasta la última gota, con los colores de Boca, y comiendo las tres rodajes de crocante pan untado con manteca. Sus rodillas se encontraban limpias, las había cuidado desde el baño nocturno del día anterior que realizo sin oponer resistencia alguna incluyendo el fastidioso lavado de cabeza sintiendo cono el jabón entrando en sus ojos como siempre.
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Con el blanco guardapolvo almidonado, cuyo cuello abierto dejaba ver una camisa celeste y la corbata azul, su negro cabello con jopo peinado a la gomina Brancato, los zapatos marrones lustrados y las medias alzadas, partió alegre cerrando la puerta cancel con vidrios de colores, y la de calle luego de recorrer los pocos metros del jardín bajo la glorieta cubierta con la enredadera de jazmín del país y la santa rita con sus rojas flores, al tiempo que sentía el dulce aroma de los azahares de la planta de naranja que se erguía majestuosa en el centro del mismo.
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Al llegar a la esquina viendo que el barrio nadaba en colores, pensando que ese día era el último de clase de quinto grado, cursado en ese año interminable, de goma, siempre esperando esas vacaciones, durante las cuales, tal vez, iría con su tía Hortensia a recorrer las montañas de Mendoza, viajando en el vagón dormitorio y desayunando en el comedor, ya llegando a destino, en el tren “El Cuyano”, que tantas noches lo con su padre lo había visto pasar raudo con esa gran locomotora teniendo en su vientre de acero, la hilera de lámparas eléctricas que la asemejaba a un dragón echando humo y chispas por sus fauces alimentadas a carbón de piedra.
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Mientras cruzaba una calle repasó mentalmente que el año siguiente tendría como maestra a la rubia y simpática señorita de ojos verdes María Ester, de la cual seguramente el también se enamoraría como lo habían hecho todos los alumnos que la tuvieron frente al grado durante los últimos años.
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Ya llegando a la calle donde se encontraba la escuela examinó mentalmente como su maestro de bigotes rubios por la nicotina, lo inculcaba a visitar los museos para valorar los antepasados que brindaron sus vidas para que nuestro país surgiera en el concierto de las naciones del mundo, y fuera la meta ideal para vivir sin estar con el temor permanente de la guerra que traía destrucción y hambre, como le recordaba su padre en diversas oportunidades leyendo el diario Crítica, mientras él se deleitaba con el suplemento a todo color con aventuras de Flash Gordon, Tarzán, Mandrake el Mago o Fantomas, entre otros, que veía los días lunes con el vespertino.
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Frente al edificio escolar, encontró algunos compañeros de grado mientras escuchaba el murmullo de la conversación de algunas madres que se acrecentaba al llegar al portón de entrada, abierto como los brazos de un ser querido.
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Dentro de la escuela, el patio se encontraba cubierto con el toldo para paliar los rayos del sol, reteniendo los gritos de los alumnos que, anticipadamente desataban su alegría ante el inminente comienzo del esperado descanso hasta el año entrante para la mayoría, otros, los menos, pensando con cierto temor el comienzo de sus estudios secundarios, nueva etapa de sus vidas que los desparramaría como gotas de un balde de agua arrojado en la vereda.
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Una gran algarabía entretenía a los alumnos mientras cambiaban las últimas noticias entre compañeros. De pronto el insistente sonido de un timbre paralizó y enmudeció a los niños como una gran fotografía, los cuales a una orden de la maestra de turno, formaron filas de acuerdo al grado y a la altura de los mismos.
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Lentamente el carrito pasaba entre las hileras de blancos guardapolvos repartiendo en esta oportunidad un tibio Vascolet con factura, mientras esperaban ansiosos el comienzo del acto final de ese año.
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Con voz algo temblorosa el alumno de primer grado inferior comento a recitar ”Alarmista
y galantero”...un verso titulado El Tero ya escuchado en otros años anteriores.
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Por fin se iniciaba la ceremonia. Su ansiedad iba en aumento, solo faltaba las palabras de despedida del maestro de segundo grado, augurando seguramente unas felices vacaciones recordando que debían repasar de vez en cuando el libro de lectura y realizar algunas cuentas de multiplicar y dividir, bueno como todos los fines de año escolar, siempre las idénticas y alentadoras palabras recomendando que el saber no ocupa lugar y es necesario para abrirse paso en la vida, palabras que recién con el paso del tiempo agradecerían y reconocerían.
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Este año la locución de fin de curso las pronunció el Vicedirector. Con su guardapolvo super almidonado. Fueron afectuosas, con la recomendación de que pidieran a los padres que durante este receso los llevaran a escuchar buena música y a los que viajaran a lugares de veraneo, buena travesía, esperándolos el año entrante nuevamente.
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Mientras escuchaba estas ultimas palabras, su corazón lentamente comenzó a latir con mayor intensidad, lo sentía como aumentaba su ritmo convirtiendo su pecho en un tambor.
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El momento tan esperado estaba llegando paulatinamente. Era un momento que durante los años que concurría a este colegio nunca pudo disfrutarlo. Era la ocasión largamente soñada, la que al llamado de un directivo de la Asociación Cooperadora del establecimiento entregarían a los alumnos que no habían faltado nunca durante el año, un libro!
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El pasado año entregaron Juvenilla de Miguel Cané y el anterior El Desierto de Piedra de Hugo Wast. Que le darán este año, tal vez Allá Lejos Hace Tiempo de Enrique Hudson. El que fuera. Subiría al escenario con el pecho amplio de satisfacción, con sus zapatos lustrados, su jopo bien peinado a la gomina, sus uñas limpias. No había faltado ni un solo día en todo el año, tenía asistencia perfecta, ningún resfrío, ni los días de lluvia le impidieron asistir a clase, era una satisfacción íntima, personal, una cuestión de honor.
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Ese libro que él guardaría toda su vida, que siempre le haría recordar ese momento feliz de su infancia, y se lo diría a sus hijos y tal vez a sus nietos mostrándolo como ejemplo de perseverancia.
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Lentamente, como apenado, el Presidente de la Asociación Cooperadora, vestido con un traje claro de verano, subió por la escalera al estrado de madera armado en el patio.
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Al verlo sintió como latían sus sienes, pensando fuertemente ya llega, ya llega el momento tan esperado, ya dicen mi nombre, ya voy a subir orgulloso sin tropezar, a recibir el obsequio... pero de golpe todo se trastocó, todo se derrumbó, los ojos verdes de Eduardo se llenaron de lágrimas, su corazón se paralizó , sintiendo como apretaba sus dientes, y sus manos estrujando fuertemente su guardapolvo, todo fue al escuchar las palabras del señor Presidente diciendo que lamentaba profundamente informar que este año, por falta de fondos no entregarían a los alumnos los habituales libros...
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