jueves, 21 de junio de 2012
Centro Aragonés de La Plata
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Personas Jurídicas Nº 19.587
Sede Administrativa: Pza Italia 37
8º D La
Plata – República Argentina
Tel (0221) 482-9795 C.E. aragonlaplata@centroaragoneslp.com.ar
424-1442 centroaragoneslp@yahoo.com.ar
. La Plata, junio 21 de 2012
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El Centro Aragonés de La Plata tiene el
agrado de comunicarles que después de la Asamblea General Ordinaria realizada
el 4 del corriente mes, la Comisión Directiva de nuestra institución ha quedado
conformada de la siguiente manera:
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Presidente:
Florinda del Pozo Andolz
Vicepresidente:
Mª Felisa Deulofeu
Secretaria:
Laura Bianchi
Tesorero:
Nicolás A. Márquez
Vocal
titular: Amparo Arbués Clemente
Vocal
titular: Gustavo D. del Pozo Szypa
Vocal
titular: Graciela Usandizaga
Vocal
titular: Carlos D. Foyth López
Vocal
suplente: Ester López Borao
Vocal
suplente: Dohil G. Castellano
Revisor
de cuentas titular: Yani Foyth
Revisor
de cuentas titular: Mª del Carmen Cervera
Revisor
de cuentas titular: Norberto L. Ucar
Revisor
de cuentas suplente: Irma B. Filpe
Revisor
de cuentas suplente Elizabeth Castellano
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Sin otro particular, saludamos cordialmente
Laura
Bianchi
Florinda
del Pozo Andolz
Secretaria
Presidente
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jueves, 14 de junio de 2012
martes, 12 de junio de 2012
EL NEGRO
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La prestigiosa escritora española Rosa Montero publicó en su columna una anécdota de la vida real, refrescante y conmovedora , sobre la convivencia entre extranjeros y los nacionales de un país. El artículo titulado 'El negro' ha causado gran conmoción entre la población inmigrante de España.
La prestigiosa escritora española Rosa Montero publicó en su columna una anécdota de la vida real, refrescante y conmovedora , sobre la convivencia entre extranjeros y los nacionales de un país. El artículo titulado 'El negro' ha causado gran conmoción entre la población inmigrante de España.
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Una
historia de apenas tres párrafos se convirtió en el artículo más leído del
periódico el País de España, en su página de internet. Son líneas conmovedoras
sobre la inmigración, uno de los temas más delicados y que mayor preocupación
genera entre los ciudadanos europeos. La anécdota que cuenta Rosa Montero es
uno de los temas más comentados en redes sociales y considerada por el escritor
brasilero Paulo Coelho como lectura obligada.
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Este es el mensaje:
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El negro...
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Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja.
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De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta.
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Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
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Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".
Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja.
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De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta.
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Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
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Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".
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